Estamos enfrascados en el amor y sinembargo vivimos a traves del odio, camuflado de recursos morales...


viernes, 18 de marzo de 2011

Cómo conocí a un mimo


He leído que somos predecibles, que por muy diferentes que seamos de los animales y por muy complejas que sean nuestras conexiones neuronales, nos basamos en sistemas ancestrales de pautas de comportamiento en que nuestro canal de comunicación era básicamente el mimetismo (eso que se les da tan bien a algunos payasos, mimos creo que se llaman). Por ello, actualmente acompañamos a nuestro canal primario de comunicación, el habla, de gestos y expresiones inconscientes. Y es que la mayor parte de nuestras decisiones cotidianas se basan en el subconsciente. Renegamos de ello, pero apenas conseguimos ser algo más que impulsos y ciertamente somos metódicos. Pero, por qué no te paras a pensarlo, incluso el subconsciente es una forma de inteligencia. ¿Qué pasa, a caso la vida no te ha enseñado cosas? Quizá un maestro, el primero que pienses, seguro que algo te enseñó… puede que te diera una lección inolvidable, ¿la recuerdas? Algún compañero o un amigo cuando estabas en esa edad del pavo. Vaya lo que te dijo, como si fuera tu padre o tu profesor, ¡otra buena lección al saco! ¡Y ni que decir tiene, tus padres!! Tus padres sí eran incansables, fueron ellos los que más te aleccionaron. Alguien sistemático haría un acopio de valores en base a sus hechos más trascendentes, sobre todo los que recuerda con más fervor, entonces con el tiempo el subconsciente los haría suyos. A todo esto, sería tan inteligente como hubiera vivido dichos acontecimientos y marcaria sus futuras relaciones, sus interacciones.
La verdad, la mayoría de nosotros no somos un Marco Antonio, ni Isócrates o Winston Churchill, grandes intelectuales con el don de la oratoria, y sin ella nos queda poco más que ancestros. Hace un tiempo me entrevistaron por la calle, me enfocaban con una cámara y digamos que no encontré mi voz en el momento oportuno. Al acabar la entrevista enmudecí por completo, me sentía francamente afligido. Pero algo sorprendente me esperaba. Justo entonces se me acercó un mimo por detrás y con un ingenuo gesto me advertiría de que se me había caído algo; su índice me tocó en el hombro y al girarme hacia él, miró al suelo, con cara de sorpresa recogió algo ficticio, sopló, lo sacudió y con una amplia sonrisa extendió la mano para devolvérmelo. Supongo que bien por simpatía o bien por empatía hice el gesto de acercar mi mano hacia la suya, algo incrédulo pero con el entusiasmo que me transmitía aquel mimo. Posé mi mano sobre la suya para recoger lo que creía irreal y entonces noté la magia, pude sentir algo sutil pero cálido, ¡de nuevo me hacía con la voz! Quise agradecérselo y cuando abrí la boca supe que me había dado algo más, ahora tenía además un don, el don de la elocuencia.
Poco a poco fui conociendo al mimo, lógicamente no podía escucharle, pero sí sentir lo que me quería decir. Yo era diferente por tener a mi lado un mimo que me sonreía, me abrazaba e incluso me lanzaba besos. Él también era diferente, sin hablar era capaz de gritar mi nombre, incluso me entendía con una sola mirada. Todo era genial, hasta que sentí la necesidad de que me hablara, y entonces deseé que me hablase. Sabía que él no podría, pero tal eran mis ansias que la magia se desvaneció. Y así fue como el mimo recuperó su don. Y así se fue el mimo con su don.
Debo estar agradecido a ese mimo por haberme hecho tan inteligente. Ahora sé que no volveré a desear lo que no tengo por el mero hecho de no tenerlo, simplemente lo valoraré más. Y en todo caso desearé seguir valorando lo que ya tengo. Pero como le tengo tanto aprecio (y me estoy quedando corto al llamarlo aprecio), espero no incurrir en un nuevo error al desear que vuelva a estar a mi lado lo antes posible. Para asegurarme de que esta vez no erro, no desearé que vuelva por su elocuencia, sino porque tengo un don que ofrecerle y ella aún no lo sabe.